En la Pedagogía Waldorf, las asignaturas (matemáticas, castellano, biología etc.) se imparten por períodos de tres o cuatro semanas, a lo cual denominamos épocas. Es decir, en este período, todas las mañanas, en una clase de cerca de dos horas, se profundiza en un área del conocimiento.

Estas épocas, en el transcurso de la vida escolar, van diferenciándose y especializándose cada vez más, permitiendo trabajar exhaustivamente en una materia, generando la posibilidad de involucrarse profunda y duraderamente.
Luego de esto, la materia, por decirlo de algún modo, descansa sumergiéndose en una suerte de “olvido” que no es otra cosa que el reposo necesario para que lo aprendido vuelva a despertar, ahora como una capacidad asentada. Incluso lo que no se ha logrado aprender bien puede resultar, al cabo de un tiempo en que ha estado sumergido, súbitamente sencillo.
Trabajar en un tiempo acotado, sobre una disciplina especifica, sin intervención de una multiplicidad de materias paralelas, permite crear un espacio en donde se facilita que surja una motivación intrínseca en los niños y jóvenes en formación. Por otro lado, cuando se acerca un cambio de época, en los alumnos se genera una expectativa por los conocimientos que trabajarán en ese nuevo periodo.