Uno de los pilares centrales de la Pedagogía Waldorf consiste en el estudio y comprensión del desarrollo de la biografía del ser humano. Nuestra pedagogía reconoce diversas etapas en la vida de una persona, que se van dando en ciclos de siete años, lo que denominamos los “Septenios”. Durante cada septenio, el ser humano presenta y desarrolla determinadas características, en donde van apareciendo necesidades y capacidades. En nuestra pedagogía es fundamental acompañar y respetar los tres primeros septenios, de modo que los niños y jóvenes puedan crecer y formarse desde ellos mismos.
En esta etapa, el niño experimenta el mundo y aprenden principalmente a través de la actividad física y los efectos de los estímulos físicos. Así, el objetivo de la educación Waldorf en la primera infancia es nutrirlo a través de espacios físicos que conduzcan el aprendizaje, mediante la exploración y el juego. En este septenio, el niño aprende por imitación; todo lo que está a su alrededor lo absorbe y lo integra sin un filtro racional o consciente. Por este motivo, resulta imperioso propiciarle un entorno que le ofrezca adecuados ritmos y actividades con sentido real, respetando y valorando su infancia, para que a través de la imitación se estructure todo su ser.
El cambio de dientes nos señala el fin de la conformación del cuerpo físico que ocurre durante todo el primer septenio. El niño estará listo ahora para iniciar su vida escolar. Lo hará de la mano de la figura de su profesor quien lo acompañará en el descubrimiento del mundo a través del conocimiento de los alrededores, las letras y los números.
Si en el primer septenio se conformó principalmente el cuerpo físico, ahora comenzará a tomar fuerza el cuerpo etérico. Seguirá siendo importante la mantención del ritmo y los hábitos, como también el permanente cultivo del sentir a través de cantos, narraciones, pintura y dibujo que se desarrollan cotidianamente en las clases.
Los primeros años de la vida escolar tendrán un aire ensoñado donde todavía operan las fuerzas de la imitación. Posteriormente, en torno de los 9 años, las niñas y niños vivirán un proceso llamado Rubicón, donde perderán el sentido de unidad con el mundo. Luego de eso vendrán a su encuentro de manera progresiva materias como la zoología, geografía, historia, botánica, astronomía…una nueva forma de ver y comprender el mundo para lograr nuevamente la unión con él desde otro lugar, podremos ver que, aunque el mundo ya no es uno conmigo, si puede ser mi hogar porque es un lugar que dan ganas de habitar.
Hacia los doce años comienza una incipiente capacidad de pensamiento abstracto y para ello materias como la física y la química aportarán el desarrollo de un pensamiento causal, donde cada vez se puede ser mas consciente de por qué ocurren ciertas cosas o qué consecuencias puede tener cada acción.
Hacia el fin de este septenio tendremos jóvenes listos para desplegar su capacidad de pensar, pero esto se basará sobre las experiencias vividas en este segundo septenio donde siempre habremos podido vivenciar que el mundo es bello.
Si en el segundo septenio el gesto pedagógico se centra en la relación entre el profesor/a y sus alumnos, en el tercer septenio se produce un gran cambio. Ya no hay un profesor de clase, sino muchos profesores que los acompañan desde sus diferentes especialidades. Nos interesa que los jóvenes puedan vivenciar las diferencias que existen entre las personas que les hacen clase, de modo que por medio de sus intereses puedan vincularse con los profesores con los que encuentran mayor empatía. Ahora deben encontrar sus propios desafíos y, en último término, su propia identidad. Nuestro norte, en esta etapa, busca conducir a los jóvenes hacia su autonomía como individuos libres, para que puedan situarse en el mundo como sujetos receptivos y conscientes de la época que les toca vivir.