El Currículum de nuestra Media, surge desde una determinada comprensión del desarrollo evolutivo del joven, desde su plena adolescencia a los 14/15 años de edad, hasta una cierta maduración, propia de los 18/19 años. Por cierto, un proceso de desarrollo como éste, y como muchos otros, puede observarse desde diversas perspectivas. Hemos elegido dar una mirada a lo que denominamos desarrollo del juicio propio, sus implicancias en el contenido y enfoque pedagógico que le damos a la educación en los distintos años de la Media.
En nuestra pedagogía, al hablar del Kindergarten señalamos que se trata de la vida volitiva, del querer; mientras que en la Básica se busca desarrollar la vida del sentir; en cambio en la Media tenemos que referirnos a la vida del intelecto, del pensar. Dentro de lo que llamamos la vida del pensar, no solo nos referimos a las operaciones cognitivas del conocer, a saber relacionar fenómenos diversos, realizar síntesis y análisis, construir imágenes o representaciones mentales; sino que también nos interesa, por sobre todo, la formación de lo que llamamos el juicio propio.
Cuando hablamos de juicio propio, caemos en una redundancia necesaria: un juicio es siempre propio, o debiera serlo. Cuando no lo es, somos masa. Además, ya no es un juicio, es un pre-juicio, fenomenológica y valóricamente hablando. Hacerse de un juicio propio -redundancia necesaria- no es una faena fácil: exige trabajo, paciencia, observación, espera. ¡Cuánto más fácil es el pre-juicio!: el trabajo lo hizo otro, la paciencia la puso otro, y también la observación y la espera. Por cierto, ni esperamos ni pretendemos que nuestros jóvenes salgan del Colegio con esa capacidad enteramente desarrollada, pero sí esperamos y pretendemos que se lleven consigo algunas herramientas y algunas experiencias-vivencias de haber logrado, en instancias escolares, alcanzar juicios propios. El juzgar constituye una actividad absolutamente soberana, decide lo que es y lo que no es, posee la fuerza soberana de un rey, cuyos decretos nadie más que él puede cambiar: es aquel legendario -así se cuenta- “y sin embargo se mueve” de Galileo, cuando va saliendo del juicio a que lo ha sometido la Inquisición, para que desdiga su descubrimiento de que la Tierra no es el centro del universo.
Desde nuestra perspectiva, el desarrollo del juicio propio requiere de un método, con pasos determinados, que los resumimos en: juicio práctico, juicio teórico, juicio anímico y juicio individualizado. Es este último hacia el que nos queremos dirigir, pero para su consecución se requiere una madurez que, por lo general, se comienza a desarrollar a los 17/18/19 años, en la época que corresponde a un 4º Medio.
Aquí nos ocuparemos del juicio práctico, de aquella capacidad que se puede desarrollar frente a lo que es concreto, ya sea en el mundo o en el alma del joven. A esta edad, los muchachos(as) han llegado finalmente al mundo (recuerden: el mundo es mundo, solamente, cuando al mismo tiempo, yo soy yo, y me sé por la conciencia de mí mismo), y su profesor de clase que lo acompañó durante 8 años en la Básica, esa autoridad querida, y necesitada, debe dar paso a la autoridad que puede emanar de la propia capacidad de juicio, pero en un ámbito de fácil manejo. Por ejemplo, en Física se presentará el motor a vapor -también, si hay tiempo y medios, el de combustión interna-, un aparato creado por el hombre, cuyo funcionamiento es perfectamente transparente, y que además se relaciona con la conquista del espacio físico, de aquello en donde “está” el mundo. También se verá el teléfono, ese aparato que “ignora”, o “supera”, el espacio físico. Ambas invenciones requerirán una comprensión de los conceptos básicos de calor, presión, electricidad y magnetismo, pero estos conceptos – y esto es lo importante en este momento– deberán obtenerse “desde” los aparatos, no desde una teoría. Es en este sentido que hablamos de juicio práctico. Este gesto se aprecia también en Biología, con el estudio de los sentidos (aquello que nos permite contactarnos con el mundo, en cuanto algo dado) y en Ciencias de la Tierra, con el estudio de los suelos y aguas que cubren la superficie de la Tierra. En Historia, que tiene además otras metas, también se pone en contacto al joven con el mundo actual, contemporáneo: aquí es su propia alma la que experimenta lo que experimentaron todos aquellos que han construido nuestro mundo actual, en tanto mundo de ideales logrados.
Ahora transitamos hacia lo que hemos llamado el juicio teórico, aquella capacidad que nos permite acercarnos a lo que no es evidente, a lo que ya no solo está en la superficie, en lo exterior. Es la actividad científica natural por excelancia, la que necesita una “teoría” que le explique los fenómenos, siendo una teoría, en primer lugar, lo que está “detrás” de los fenómenos. Aquí el mejor ejemplo es la parábola: lanzo una piedra por los aires, y la curva que describe es una parábola. Lo interesante es que una parábola se puede expresar matemáticamente, mediante una fórmula precisa y determinada. En otras palabras, un hecho exterior, del mundo exterior, se deja aprehender por una actividad interior. Resulta una experiencia extraordinariamente potente para el alma del joven constatar que posee una fuerza en su interior, una potencia, una capacidad, que le permite ahora saber de antemano cómo sucederá un fenómeno determinado, antes que se produzca, porque ha descubierto qué gobierna ese fenómeno.
Un otro ejemplo bello de esta búsqueda, se da en Ciencias de la Tierra, cuando se pueden percatar que la Tierra es mucho más que un conglomerado desordenado de rocas, tierra, arena, océanos, ríos, etc. De hecho, la Tierra es un organismo, hay una realidad por sobre los fenómenos visibles, que los ordena, que les da coherencia. Es esto algo que poco a poco se va tornando una realidad para el mundo de hoy, a partir de los desastres ecológicos existentes. También en Historia, aquella relación entre paisaje y cultura que se les muestra con los casos de Egipto y Grecia, apela precisamente a la capacidad de juicio teórico. Una civilización como la egipcia, de tan inmensa longevidad y conservadurismo, tan volcada hacia sí misma, es enteramente coherente con el paisaje, con la geografía y clima en la que se desarrolló. En contraposición, la cultura griega, por sobre todo la ateniense, nace y crece en una geografía que “invita” a salir, a conocer otros lugares, a navegar hacia nuevos horizontes. Estas relaciones geográfico-culturales son un campo fértil para el ejercicio de lo que estamos llamando juicio teórico.
Del juicio práctico, dirigido a lo exterior del mundo físico, pasando por el juicio teórico que busca lo que se esconde “detrás”, o “dentro”, de los fenómenos del mundo exterior, pasamos ahora a lo que hemos llamado el juicio anímico. De cierta forma, el “tumulto anímico” de los 15 y 16 se ha aquietado, o está en proceso de hacerlo -por cierto todo esto dicho en términos relativos-, y podemos intentar apelar a esa capacidad, ya mucho más interior que el juicio teórico, que nos permite acercarnos a fenómenos ya definitivamente interiores, en que una fórmula matemática ya no nos ayuda a encontrar la certeza interior que siempre sostiene al juzgar teórico. Aquí el concepto adquiere un carácter imaginativo, menos definido, pero más abarcante y plástico. Es la capacidad que nos permite percibir matices, y por lo tanto nos abre una puerta hacia lo anímico, hacia el otro. En este ámbito, el Parsifal, en Literatura, es una magnífica ocasión para ejercitar esta naciente capacidad, así como, aunque parezca extraño, el estudio de la electricidad en Física, esa cualidad de la materia que nunca terminamos de comprender, para la que nos vemos obligados a construir modelos de otros ámbitos fenoménicos -los fluidos – que nos permita manejarla, que nos permita usar el juicio teórico. De hecho, no tenemos órganos sensorios para percibir la electricidad -tampoco el magnetismo, ni la energía nuclear-, y de qué forma, en qué magnitud está nuestra vida actual determinada por ella.
Finalmente llegamos a lo que hemos llamado el juicio individualizado. Es el gesto de la Historia en este año, una visión panorámica de ella, con la pregunta tácita acerca de qué podemos esperar del desenvolvimiento del curso próximo de la realidad sociocultural. O el esfuerzo de escribir un Ensayo Literario, que insta a pararse en los propios pies, mirar algo o a alguien, y expresarme en relación a ello. O en Física, al comparar el estilo de Newton con el estilo de Goethe para estudiar el fenómeno de la luz y la oscuridad. Dos estilos que no necesariamente deben anularse el uno al otro, sino que, nuevamente parado en mis propios pies, debo conocerlos, primero antes de emitir mis juicios, y solo entonces expresarme. O la tensión entre el Creacionismo y el Darwinismo en la Biología del 4º, entre las que debo encontrar mi propio lugar.